La exclusividad sexual no se le da fácil al ser humano.
Amo a una persona y me enamoré de otra, ¿ahora qué hago?
Creemos que lo peor que puede pasarnos, al estar en pareja, es la infidelidad. Sin darnos cuenta que hay cosas mucho peores, como que en nuestro día a día nos falten muestras de amor. La ansiedad que nos provoca pensar vivir una infidelidad, nos distrae de la cuestión principal: amarnos. Pero, como la extendida creencia de que ser infiel significa que uno ha dejado de amar está tan normalizada, nos seguimos con otra serie de creencias que no tienen fundamento, como: que el enamoramiento por una tercera persona significa que el amor en pareja ya no es posible; que el deseo apasionado es la gran muestra de amor; que el sexo exclusivo es fundamental para la estabilidad de la pareja; y que la persona que atrapa la atención de mi pareja representa la peor amenaza.
Entiendo claramente que la infidelidad impacta negativamente a quienes la sufren y a veces, de forma irreversible. Por eso es mejor prepararse y cuestionar, por qué siento que no soy suficiente para la persona que amo, cuando disfruta estar con otras personas; por qué como sociedad no hemos logrado detener la infidelidad ni con castigos sociales, ni con acuerdos, ni con límites ni amenazas; y qué es exactamente lo que intentamos “defender” acordando exclusividad. Responder estas preguntas nos hace más fácil la toma de decisiones.
Desde muy joven me di cuenta que si uno quiere erradicar la infidelidad de su relación de pareja requiere tres cosas: amor, valentía y honestidad.
Amor para entender que mi pareja y yo tenemos distintas necesidades sin importar cuánto nos queramos. Valentía para cuestionar y desmontar los mitos románticos que sostienen a la exclusividad como la gran muestra de amor. Honestidad para reconocer que lo acordado al inicio de la relación, quizá no funciona años después y compartir esa información con la pareja, para no abusar de su confianza. Y podría seguir con una larga lista de argumentos en los que creo que amar es la clave para acabar con la infidelidad. Pero basta con comprender que amar no incluye presionar, imponer, limitar, amenazar ni pedir al otro que se sacrifique por uno y que sin alguien que controle, pidiendo exclusividad, la infidelidad no es posible.
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Una de las etapas que más nos gusta recordar es la del enamoramiento. Y una de las que menos nos gusta recordar es la del desenamoramiento. La mayoría de quienes hemos construido relaciones de pareja hemos vivido ambas experiencias. Todos los enamoramientos terminan, pero que terminen no necesariamente es una mala noticia, al contrario, es cuando, por fin, libre de todo lo que ofusca tu mente, puedes decidir amar. Cuando digo amar, implica sin controlar o amar liberando.
Pero quiero regresar al enamoramiento, o mejor dicho a los “enamoramientos” con la “s”, que indica varios. Porque las personas podemos enamorarnos varias veces en la vida y algunas suceden cuando ya elegimos con quien hacer familia. Y enamorarse sin tener consciencia de lo que implica puede provocar muchos problemas, sobre todo si los adultos que aseguran amarse y que sostienen el proyecto familiar no planearon ser compañeros de vida, sino que se convirtieron en compañeros de celda, sin tan siquiera darse cuenta que ellos mismos construían los barrotes de la celda de la exclusividad, la inseguridad, la posesión y la manipulación.
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Cuando llenos de ilusión iniciamos un proyecto de vida nos abordan, simultáneamente, sentimientos de alegría y de angustia. Pues nos alegra haber encontrado una persona súper especial, al mismo tiempo que nos llena la ansiedad de perderla. La tendencia humana ante esa situación es proteger lo que percibimos “nuestro”: mi esposo, mi mujer, mi pareja. Y lo más curioso es que al intentar proteger dejamos de amar y controlamos.
Amar no es igual que estar enamorada o enamorado.
El enamoramiento tiene componentes de necesidad, dependencia y hasta de adicción. Es una etapa de idealización y apasionamiento. Todo se siente mucho. Muchas ganas de estar juntos, mucho deseo sexual, mucha necesidad de entrega, de respuestas inmediatas, de validación. Se siente una enorme vitalidad, como si nada pudiera detenernos y tenemos la certeza de que amamos cuando en realidad necesitamos... y al hacerlo dejamos de amar.
Porque amar es distinto. Amar es liberar, aceptar, creer, escuchar con curiosidad, confiar, auto-conocernos, alimentar el amor por nosotros mismos, en fin, hay muchísimas formas de mostrar que uno ama, pero ninguna es manipulando, chantajeando, sospechando, amenazando, castigando, ignorando, sacrificando ni siendo violentos.
Hay personas que se casan pensando que al hacerlo protegen su relación. Sin embargo, no es así. El matrimonio es una institución legal a la que se le han colgado muchas expectativas románticas. Se cree que por estar casados se van a amar hasta que la muerte los separe, aunque no tengan las herramientas personales para amar. Por estar casados nunca van a sentir atracción por otra persona. Creen que al casarse el deseo entre ellos será eterno y apasionado. Muchos creen que casarse les protege contra la infidelidad. Sin embargo, la realidad es que el matrimonio es útil una vez que los cónyuges deciden separarse; es cuando la ley establece los derechos y obligaciones entre ellos y para con sus hijos. El matrimonio de ninguna manera sirve para amar si antes no has aprendido a hacerlo.
Cuando crees que “casarse” les va a ayudar a amarse estás en un error. Las personas pueden amarse con o sin matrimonio y pueden dejar de amarse dentro y fuera del matrimonio. Y lo cierto es que cuando la rutina de lo doméstico les aburre, muchas rompen la costumbre buscando nuevos estímulos. Algunas lo hacen de forma consciente y otras inconscientemente, para algunas es fácil cuestionar los valores heredados en casa... y para otras no. Además, la mayoría de quienes se unen en matrimonio lo hacen bajo el acuerdo de exclusividad sexual, lo que hace que aumenten las probabilidades de encontrarse entre la espada y la pared de lo que aman y lo que desean. Es cuando algunas personas eligen vivir bajo una doble moral, una para el matrimonio y otra para la pasión, siendo infieles.
Alejandro Dumas, decía que “las cadenas del matrimonio son tan pesadas que se requieren dos para soportarlas... y a veces tres”.
Lo que detona la pregunta: si dentro del matrimonio se gesta el adulterio, ¿es también la tumba del amor? Pienso que no necesariamente, pues el matrimonio no acaba con el amor, sino con el deseo apasionado.
Luisa Ramírez Mancera, gran poeta y amiga mía, escribe al respecto : “No es que en el matrimonio muera el amor. Es que se adormecen los cuerpos, pero hay quien no sabe vivir con un cuerpo adormecido”.
Si tienes dudas de lo que espera tu pareja al casarse, no te cases. Las personas queremos creer que al casarnos la relación va a consolidarse, pero no siempre sucede. La convivencia doméstica es compleja y más si se basa en controlar al otro. Las imposiciones y las restricciones vician el aire que requiere cualquier persona para sentirse libre.
A mi modo de ver, las personas que quieren construir una relación gratificante lo logran a través de muestras recíprocas de amor, entre otras de admiración, de aprecio, de respeto, de desear saber felices a quienes aman, de aceptar que los procesos que viven tienen diferentes ritmos. La relación funciona mejor cuando hay libertad, honestidad, confianza y credibilidad; independencia, autonomía, propósitos en común y mucho amor propio.
Sin embargo, nuestra cultura reprime y condena el instinto de conectar con otra persona si ya tienes pareja. Y entiendo que haya que cuidarnos unos a otros de los instintos antisociales como la violencia, el robo, el homicidio, el abuso y la violación. Pero, ¿qué tiene de antisocial querer tener varios vínculos afectivos o sexuales a la vez? No conozco a ningún sociólogo o antropólogo que haya encontrado evidencia de que la monogamia o la prohibición de tener relaciones fuera de la pareja base hayan resultado en una mejor convivencia o que la relación entre la pareja mejore. No obstante, es fácil observar que los problemas pueden incrementar cuando a la exclusividad se le da tanta importancia, cuando se trata a quien amas como pertenencia, porque la inseguridad desata una hipervigilancia entre la pareja, con tal de prevenir que no se vaya a violar el “acuerdo” de exclusividad.
No estoy ciega a lo que sucede. Sé que puede haber relaciones muy gratificantes entre personas que son leales a su acuerdo de exclusividad. Pero como no es común la lealtad a ese acuerdo y como la exclusividad no es una tendencia natural, en otras palabras, como la monogamia no se le da fácil al ser humano hay mucha infidelidad. Y para atenuar los daños fuimos normalizando que “está bien” controlar la sexualidad de tu pareja y casi casi que te consideres dueño de la persona con la que te uniste en matrimonio... o en unión “libre”, que no sé qué tan libre sea la unión libre.
Los problemas surgen en un contexto. Las personas reaccionan al contexto en el que se encuentran. En un contexto o una relación diferente, pueden actuar de forma distinta. Eso significa que, si quieres ver un cambio en tu pareja, la forma más segura de lograrlo es empezar por hacer cambios tú mismx. Es muy raro que alguien reaccione violentamente ante una muestra de amor.
Si aceptáramos que es posible enamorarse e incluso amar a otra persona, además de la que elegimos para formar familia, y que es algo que sucede y ha sucedido con frecuencia a lo largo de la historia, quizá no sentiríamos la necesidad de terminar una buena relación base, o un buen matrimonio, en el evento de no ser amados en exclusiva y podríamos negociar nuevos acuerdos.
Dicho en otras palabras, si no fuera considerado “malo” amar a dos personas a la vez, tomando en cuenta que una enorme mayoría ama o ha amado a dos personas al mismo tiempo, tal vez muchas lo pensarían dos veces antes de separarse de la persona que aún aman y así, incontables familias seguirían conviviendo en armonía.
Te mando un fuerte abrazo.
Adriana Reinking
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